miércoles, 9 de febrero de 2011

Los Gamines

1969
Bogotá

Tienen la calle por casa. Son gatos en el salto y en el manotazo, gorriones en el vuelo, gallitos en la pelea. Vagan en bandadas, en galladas; duermen en racimos, pegados por la helada al amanecer. Comen lo que roban o las sobras que mendigan o la basura que encuentran; apagan el hambre y el miedo aspirando gasolina o pegamento. Tienen dientes grises y caras quemadas por el frío.
  Arturo Dueñas, de la gallada de la calle Veintidós, se va de su banda. Está harto de dar el culo y recibir palizas por ser el más pequeño, el chinche, el chichigua; y decide que más vale largarse solo.
  Una noche  de éstas, noche como cualquier otra, Arturo se desliza bajo una mesa de restorán, manotea una pata de pollo y alzándola como estandarte huye por las callejuelas. Cuando encuentra algún oscuro recoveco, se sienta a cenar. Un perrito lo mira y se relame. Varias veces Arturo lo echa y el perrito vuelve. Se miran: son igualitos los dos, hijos de nadie, apaleados, puro hueso y mugre. Arturo se resigna y convida.
  Desde entonces andan juntos, patialegres, compartiendo el peligro y el botín y las pulgas. Arturo, que nunca habló con nadie, cuenta sus cosas. El perrito duerme acurrucado a sus pies.
  Y una maldita tarde los policías atrapan a Arturo robando buñuelos, lo arrastran a la Estación Quinta y allí le pegan tremenda pateadura. Al tiempo Arturo vuelve a la calle, todo maltrecho. El perrito no aparece. Arturo corre y recorre, busca y rebusca, y no aparece. Mucho lo llama y nada. Nadie en el mundo está tan solo como este niño de siete años que está solo en las calles de la ciudad de Bogotá, ronco de tanto gritar.

 
Particularmente me gusta mucho leerlo a Galeano, pero este escrito me puso la piel helada, me revolvió las entrañas y me plantó una cuestión en la cabeza que no deja de ahondar mis pensamientos... si esta realidad, que en su momento fue bien vivida, porque no se puede escribir de aquello que uno no ve, no siente o no desea... si esta realidad se vivía en las calles colombianas allá por 1970... qué nos queda hoy? qué hacemos con todas esas panzas vacías, esas miradas tristes que llenan la calle como adoquines? Cómo llenamos el hueco de tantos estómagos inflados de ilusiones? Qué estamos haciendo mientras afuera, en cada ciudad, sin importar el país... las frazadas que cobijan a las almas descalzas son con suerte un par de cartones, algún que otro diario, y miles de estrellas...

NI UN PIBE MENOS, POR FAVOR!

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